Todo comenzó cuando Luis Ángel Villalobos me contactó para hacer un video de la marca de su nuevo tequila, de nombre El Ateo. Mencionó que había rechazado una idea que buscaba reconstruir la caída del cielo por parte de Lucifer… en realidad no iba por ahí la cosa. Unos días después de nuestra charla inicial, en la que me mostró su branding y concepto de marca, empezó a resonar en mi cabeza una pieza musical que salía en la obra maestra de Glauber Rocha «Dios y el Diablo en la Tierra del Sol,» una película brasileña de los años 60. La melodía volvió a mi mente al ver el escenario que tendríamos para «El Ateo»: la ancestral Hacienda de la familia Villalobos y sus trabajadores como actores. Fue en ese momento cuando una frase del coro del trovador de la película de Rocha resurgió en mi conciencia: «Ni de Dios ni del Diablo, que la Tierra es del Hombre.» Aquella línea encapsulaba la poesía que estaba buscando, un reflejo perfecto del cine puro que Rocha logró crear. Su obra, con sus paisajes desérticos y su crítica mordaz a las estructuras de poder en América Latina, bebía de múltiples fuentes: el montaje de Sergei Eisenstein, la poesía visual de cineastas como Tarkovski, y la riqueza fotográfica que recuerda a Figueroa y Rulfo. También incorporaba tradiciones y amor por la tierra al más puro estilo del Indio Fernández y el surrealismo de Buñuel.
Durante la etapa de investigación, Isay Peña, fotógrafo del proyecto, y yo nos encontramos inesperadamente inmersos en el universo visual de Juan Rulfo. Aunque Rulfo es más conocido por su literatura, su talento como fotógrafo no debe pasarse por alto. Sus imágenes de jimadores trabajando el maguey se convirtieron en esenciales para nuestras composiciones. Estas fotografías no solo sirvieron como guía técnica, sino que también capturaron el imaginario agavero mexicano que tanto ha impregnado nuestra cultura.
En paralelo, la cinematografía de Gabriel Figueroa actuó como un fantasma creativo que nos guiaba en el proceso. Aunque no utilizamos su obra como un modelo directo, como sí lo hicimos con Rulfo, su influencia en el contraste y la tonalidad del blanco y negro fue innegable. No podía faltar un guiño a Luis Buñuel: recreamos una icónica escena de «Simón del Desierto» con nuestra propia perspectiva. Un homenaje sutil, pero apasionado, a una tradición cinematográfica que nos precede y enriquece.
El vestuario, diseñado magistralmente por Daniel Moreno, se convirtió en un pilar clave en la narración de nuestro relato visual. Con una perspicacia única, Daniel fusionó distintas épocas de la historia mexicana: trazos del México revolucionario, detalles del período colonial y toques contemporáneos. Este collage temporal hizo más que vestir a nuestros personajes; les otorgó un contexto cultural que trasciende cualquier época específica.
Decidimos incorporar figuras tan simbólicas como Dios y el Diablo, pero con un giro. Para evitar ofensas religiosas y subrayar la rica tradición cultural de México, Daniel empleó máscaras tradicionales michoacanas: una para un Diablo pintoresco, vestido como un caudillo militar, y otra para un anciano, ataviado como un sabio con bastón y zarape. Esta ingeniosa mezcla de elementos no solo nos sitúa de inmediato en un México específico, sino que también lo libera de cualquier anclaje temporal.
De alguna manera, su trabajo en el vestuario evocó un México arquetípico, alimentado por legados tan variados como el cine de la Época de Oro, la literatura visceral de Juan Rulfo y la Revolución Mexicana con toda su iconografía. Todo ello se unió para crear un retrato complejo, pero inmediatamente reconocible, de nuestra cultura y nuestras raíces.
La secuencia final de nuestro proyecto es un guiño consciente al legado del montaje soviético que Sergei Eisenstein inmortalizó, especialmente en su obra «¡Que viva México!». En ese film, Eisenstein plasmó escenas que resonaban poderosamente con las imágenes que estábamos buscando para «El Ateo». A través de lo que se conoce como Montaje Ideológico, quisimos construir una metáfora visual. Los campesinos derriban los ídolos, esas figuras que históricamente han dividido a las personas, para abrir un nuevo camino hacia la unidad y fraternidad, un camino ahora marcado por el Tequila.
Inspirada en la obra de Glauber Rocha, la canción compuesta en colaboración con Héctor Trejo actúa como un juglar moderno, narrando y dando forma al mito de El Ateo. Este mito de nuestra inventiva se centra en hombres que rechazan la autoridad de Dios y del Diablo, eligiendo unirse bajo la «santísima trinidad» del arte, la ciencia y el mito. En este contexto, el tequila se convierte en el símbolo de su libertad y unidad, y sirvió como el cimiento para nuestro guion. La colaboración musical fue crucial: mientras yo ofrecía la estructura narrativa y las emociones que quería evocar, Héctor aportaba su habilidad en la composición y la interpretación. Juntos creamos una pieza que es tanto una evocación de valores culturales como un tributo al poder del cine y la música para contar historias.
Juan Pablo Elorriaga – 14/09/23
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